Vivir en otro país




La primer palabra que se me viene a la mente para describir qué se siente vivir en otro país es extraño. Y elijo la palabra “extraño” para calificar esta experiencia porque, siendo sincera, desde que se deja la patria lo que se vive es un constante devenir se sensaciones que no descansa en ningún sentimiento particular por el suficiente tiempo como para darle el título de estado. Vivir en otro país es extraño porque uno está en constante cambio, movimiento, búsqueda. Está inquieto.
Creo que la mejor forma de explicar lo que se siente es diciendo que uno esta desubicado. Desubicado en el sentido propio del termino: fuera de ubicación, sin ubicación. De hecho, todos los que vivimos afuera nos encontramos en la constante búsqueda de ubicación, todos los días a toda hora. Hasta cuando se duerme: desde que estamos acá, cada vez que alguno narra un sueño comienza por la ubicación: “estábamos en Argentina…” o “estaba acá en Japón y…” y hasta se pregunta “¿pero eso era acá o allá?” o "no sé muy bien dónde era pero...".
La sensación de desubicación deviene, creo, de la falta de la patria, de la madre tierra, del país nativo. Cuando uno no está en su tierra está desubicado. Esto lo vivimos todos cuando viajamos por determinado tiempo y nos vamos de vacaciones, por ejemplo. De hecho, todos nos perdemos estando de vacaciones y es lo mejor del viaje. Pero cuando te vas a vivir a otro país llega un momento en que perderte ya no es divertido. Hace tanto tiempo que no te encontras que estar perdido se volvió tu estado y esa cotidianidad de la perdida le quita la diversión para convertirla en algo serio. ¿Qué estoy haciendo? ¿A dónde voy? ¿Por cuánto tiempo voy a estar así? ¿Esto va a ser todo el tiempo así?
Vivir en otro país es extraño no solo porque estamos desubicados y por ende perdidos sino también porque estamos constantemente siendo sorprendidos. Volviendo a la comparativa, en vacaciones o de viaje por un tiempo determinado, la sorpresa es lo mejor del viaje pero cuando uno vive en otro país, la sorpresa es lo único que lo salva. Imagínense estar desubicado, perdido hace rato, frustrado o desganado, vencido y que, de repente, pase algo que no esperábamos, sea bueno o malo no importa porque es algo que nos sorprende y, por ende, que nos distrae. Ya esta. Eso nos hizo el día. La sorpresa, independientemente de su contenido, es positiva porque nos capta la atención, porque nos ocupa por unos momentos y eso, cuando uno esta desubicado, siempre es positivo. (Una imagen que podría describir esta sensación es una escena de la película Life of Pi donde la angustia del naufragio se interrumpe por un momento sorprendentemente hermoso cuando aparece una ballena iluminada en la noche.  Hermosa película, la super recomiendo. Eso sí, prepárense para llorar las dos horas y media que dura la película.)
Lo que me interesa que quede de este post no es preocupación o desconcierto (Mamá, estoy bien. No me llames por favor.) sino más bien que comprendan que lo loco de esta experiencia es que uno empieza a vivir la vida sin ubicación, sin apropiarse de la ubicación y eso es un delirio. En mi caso particular, en el caso de una argentina viviendo en Japón creo que la ubicación actual me desborda, con lo cual, no solo estoy desubicada sino que la ubicación (Japón) me excede, me abarca por completo, me aplasta, al punto de que realmente no veo la forma en la que pueda abrazarlo, contenerlo, manejarlo. (Perdidos en Tokio, otra gran película que, hoy puedo decir, habla con verdad.) Japón es un país tan extraño, tan distinto, tan maravilloso y a la vez tan desubicado y/o desubicante que muchas veces se hace difícil hasta respirar. Japón es la radicalidad de la desubicación pero también de la sorpresa y por eso es cautivante.

Debo confesar que hace unos días no toleraba más mi estadía acá. En un impulso adolescente arme las valijas decidida a irme. ¿A dónde? ¿Irme a dónde? ¿A casa? No tengo casa. Al día siguiente me atrapó la nostalgia, ya no me quería ir. Me queda tanto por conocer, por hacer, por descubrir. ¿Cómo dejarla? Desarme las valijas.
Yo sé que por ahí es fuerte leer esto pero me parece interesante dejar estampado en la inmutabilidad propia que ofrece la escritura una sensación que pocas veces leemos en las revistas de viajes o escuchamos decir a los viajantes: vivir en otro país es tremendo. Es vivir desubicado y sorprendido. Es estar solo, aunque estés acompañado. Es convivir con un mundo que no es tuyo, al que no perteneces y que, aunque te de la bienvenida, te rechaza. Vivir en otro país es realmente una experiencia única porque nos fuerza a volver habitable la falta de ubicación y cotidiana, la sorpresa.

Ahora me pregunto... ¿cuándo fue la ultima vez que me sentí cómoda? ¿Cuándo fue la ultima vez que encontré mi ubicación? ¿Cuándo fue la ultima vez que me sentí en casa? No recuerdo. Estoy buscando en los rincones de mi memoria esa sensación de llegar a casa, de rendirte a la comodidad del hogar, sacarte los zapatos al son de un suspiro profundo que expulsa del cuerpo el aire de afuera para llenarlo del perfume del hogar. No lo recuerdo. No recuerdo cuando fue la ultima vez que sentí eso. Y no es raro que no lo recuerde porque antes de venir acá estuve 1 año planeando la retirada. Hace más de dos años que empecé a desubicarme. ¿Cómo me voy a acordar de mi casa? 


Y ahora te pregunto a vos: ¿cuando fue la ultima vez que te sentiste des-ubicado?

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