Perdón.

Hace unos días tuve la oportunidad de pedirle perdón a alguien que por mucho tiempo se lo merecía.

Hace menos días alguien me pidió perdón sin que yo lo esperara.


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Llama la atención todo lo que puede traer el "perdón", tanto si lo das como si lo recibís.

Pedir perdón es la evidencia del final de la batalla contra la vergüenza. Pedir perdón da vergüenza, eso nadie lo niega. Pero es un tanto más complejo, implica varias cosas: por un lado, implica admitir el error que siempre, pero siempre, da vergüenza aceptar; y por otro lado, para agravar más el asunto, esa vergüenza, esa mancha, la expones al juicio de otro que puede o no aceptarlo. Horrible! Una situación espantosa!

Pero como nadie puede negar la vergüenza del perdón, nadie puede negar que el ser perdonado se siente increíble... Te sentís liviano, relajado, con la idea de que "hiciste tu buena acción del día", que cerraste un tema, la famosa conciencia limpia.

Cuando uno recibe un perdón se siente raro. Si estás muy enojado, no te sentís aliviado sino que sentís que hicieron trampa, que se rindieron muy fácil, vos querías gritar un poco más. Si no te lo esperabas, es pura confusión, no entendés de donde vino hasta que te lo aclaran y después de un par de reflexiones no muy profundas llegas a la conclusión que lo re merecías y asentís con la cabeza mientras pensás: "sí, sí".

No sé si le pasa a todo el mundo o sólo a mi que en un punto me creo un poco que soy dios, pero siempre tuve la necesidad de perdonar. Siempre perdoné, perdono y perdonaré. Sea un perdón sincero, tironeado, silencioso... yo perdono. Y me siento bien, muy bien. Por ahí por eso perdono, porque siento que tengo el poder de decisión y que, como soy el imperativo categórico, pura bondad, dios, lo uno, puedo (quiero, debo) hacerlo. Es genial!


"Perdona nuestras ofensas,
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden"




(si, si)

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